La retirada de esculturas, la revisión biográfica de figuras del pasado, el surgimiento de nuevas sensibilidades, las reclamaciones de las nuevas minorías y las reclamaciones del lenguaje inclusivo suponen un reto para los historiadores actuales
Existe una máxima entre los historiadores que todos respetan y conocen: hay que examinar las fuentes, estudiar los sucesos, reparar en los acontecimientos políticos, económicos y sociales, pero no juzgar el pasado. Es una de sus premisas. Pero ellos también son conscientes de que son sujetos sociales y que cualquier acción, moda o planteamiento que aflore afecta a sus trabajos. ¿Cómo está influyendo la corrección política, las recientes sensibilidades, los nuevos eufemismos y las exigencias de las minorías a la manera de contar los acontecimientos del pasado en esta época de revisionismo?
Para Alfredo Alvar, profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), autor de «El Duque de Lerma. Corrupción y desmoralización en la España del siglo XVII», y biógrafo de Miguel de Cervantes y de Isabel La Católica, no existen dudas: «Todo lo que está sucediendo me preocupa y despierta una enorme inquietud porque esto no es ninguna frivolidad. Estamos asistiendo a un cambio ideológico. Occidente da la impresión de que ha claudicado ante determinados asuntos que son de una enorme gravedad. Ahora le ha tocado a Canadá, que ha retirado los cómics de Astérix y Obélix. No son modas. La Historia hoy es muy incómoda para muchos porque cuenta lo que ocurrió. Pero, de seguir así, vamos a terminar contando otra historia y la real va a caer en el olvido».
Juan Pablo Fusi, catedrático de Historia, autor de «La patria Lejana. El nacionalismo en el siglo XX», «España. La evolución de la identidad nacional» o «Ideas y poder: 30 biografías del siglo XX», muestra su incomodidad y pone el acento sobre un punto igual de relevante o sustancial: «Me inquieta la deriva que está creando este clima. Existe una fuerte presión sobre los historiadores y eso puede lesionar o condicionar su libertad de expresión. Hay una especie de presión social o de exigencia pública, por ejemplo, para incorporar temas que a uno, a lo mejor, no le interesan en absoluto y que tampoco tienen por qué aparecer en sus estudios. Sin embargo, por distintos motivos, se están promoviendo. Igual sucede al forzar ciertos lenguajes y maneras de expresión a la hora de escribir».
Fusi, que, de momento, reconoce que no se siente vulnerado en su manera de narrar la Historia, sí es crítico al repasar sucesos actuales, como el derribo de esculturas o la censura ejercida sobre tebeos como los de «Tintín», por parte de varios grupos. «Esto de la iconoclastia ya existió. Se destruyeron esculturas de santos y hay que recordar que los talibanes derribaron las estatuas de Bamiyán. Si nos ha parecido que lo que hicieron ellos era un horror y una agresión a la cultura, no solo porque representaran a Buda, sino porque, además, eran obras de arte, es también rechazable en el caso de las estatuas en Occidente. Ha sucedido con una figura como Hume, porque su familia había sido esclavista. Sin embargo, su “Historia de Inglaterra” es una de las mejores obras que se han escrito nunca sobre ese país y posee uno de los pensamientos liberales más interesantes que existen».
Esteban Mira Caballos, autor de una exhaustiva biografía sobre Hernán Cortés que intenta alejar al personaje de leyendas rosas y negras, está familiarizado con estos temas. «El problema no está entre los historiadores. Tampoco entre las personas formadas. Lo que sucede es que los historiadores hemos perdido la calle y apenas salimos de la universidad. No trascendemos». Él mismo reconoce el ambiente de crispación que se está generando. «Todo está más exacerbado. A este paso vamos a leer que Cortés fue derrotado. Se está intentando reescribir la Historia. Algunos especialistas se sienten mal por el avance de las posturas indigenistas. No hay problema en levantar una escultura a una mujer olmeca. Me parece estupendo, pero eso no conlleva retirar la estatua de Colón, por cierto, salpicada de escupitajos porque centra la ira de muchos». Mira Caballos introduce un matiz inquietante: «Hay cierta sensación de empeoramiento en la relación entre los españoles y los mexicanos por dicho asunto, y eso preocupa al mexicano corriente y con estudios».
Nuevos puntos de vista
Javier Gómez, historiador y editor de Desperta Ferro, resalta que en el transcurso de las últimas décadas la historia, antes incluso de estos movimientos, había incorporado múltiples puntos de vista. La conquista americana del Oeste, al principio, solo se contaba desde la perspectiva de los colonos y los ejércitos de caballería, y se demonizaba al indio. Después se pasó a exaltar a las poblaciones nativas y se denostó a los famosos soldados azules, como reflejan películas como «Bailando con lobos». Pero ahora se tiende a incluir fuentes diversas para alcanzar un mayor consenso. Dos buenos ejemplos de esto son «La tierra llora», de Peter Cozzens, que habla de las guerras indias con cuidadosa ecuanimidad incorporando testimonios de indios y de blancos, o «El retorno del rey», de William Dalrymple, que describe el fracaso británico en Afganistán pero incluyendo fuentes afganas.
El también Alberto Pérez Rubio, de la Universidad Autónoma de Madrid e igualmente editor en Desperta Ferro, comenta que «los derechos del hombre y la democracia son sucesos recientes. Antes de que nacieran hay muchos siglos. No podemos mirar el pasado con nuestros ojos y concepciones. Hay que tener en cuenta que antes hubo sociedades diferentes, algunas estamentales o esclavistas. No se puede hacer tabula rasa de lo que ha existido por mucho que nos desagrade. Eso nos llevaría a censurar a Aristóteles, porque tenía una imagen de la mujer como un ser inferior al hombre, o denostar la democracia ateniense porque solo era accesible a los ciudadanos varones». Para él no hay duda: «La política de cancelación puede ser muy peligrosa». Y recuerda que una buena idea sería resignificar los monumentos públicos incluyendo aclaraciones: «No siempre hay que retirar una escultura, como ha sucedido con el general Robert E. Lee en Estados Unidos. Se pueden colocar paneles explicativos que cuenten no solo quién era, sino también que informe sobre por qué se decidió erigir o dedicarle una escultura. Soy partidario de contextualizar a estos personajes. El problema es que al ser un espacio público depende de los partidos sentados en el poder y las ideas que sostengan. Lo principal, para evitar esto, es formar una sociedad con espíritu crítico».
Alfredo Alvar recuerda una frase del humanista Juan Luis Vives, cuya familia fue perseguida por la Inquisición, y que él repite: «Vivimos tiempos difíciles en que es tan peligroso hablar como callar». Una sentencia que le sirve de preámbulo a una reflexión: «Por supuesto que lo que está ocurriendo afecta a los historiadores, a sus libros y a la investigación. Por dos motivos. Uno, por aquellos que se están creyendo todo esto y, otro, porque muchos profesionales desarrollan sus estudios con financiación pública y el organismo político que lo apoya a lo mejor suscribe ideas que vulneran su labor. ¿Cómo puede un historiador en estas condiciones hacer un trabajo óptimo, honesto y, a la vez, sustraerse a su realidad? Es muy fácil de saber. Y, si no, que pregunten a muchos historiadores en Barcelona».
Esteban Mira no esconde que «esta revisión es preocupante. No solo sucede en México. La Historia se está reescribiendo en todo el continente americano. Es una que se queda solo con el titular. Las masas son manipulables y, ahora, reforzadas por López Obrador y los indigenistas, van a lograr que no quede en México ni los restos de Cortés. De hecho, ya he propuesto la necesidad de que su cuerpo sea custodiado por la Guardia Nacional para evitar tristes sucesos. Y si ellos no lo quieren, habrá que reclamar su repatriación. En Extremadura se le estima, aunque me temo que ellos no lo quieren, pero tampoco darlos». El historiador es pesimista y asegura: «No va a quedar un referente a un solo conquistador en todo el continente».
El lenguaje y los intelectuales
Juan Pablo Fusi, que hace referencia a cómo está penetrando en el mundo anglosajón el llamado lenguaje inclusivo, reconoce que «me preocupan ciertos movimientos políticos sociales. Estos populismos, sean de izquierda o de derecha, tienen una violencia emocional y verbal muy fuerte. Ejercen una presión enorme en el conjunto de la sociedad y tratan de impedir la coexistencia libre y también las libertades tradicionales de expresión de manifestación y opinión. Lo estamos viendo en su irrupción en la vida pública».
Pero alerta asimismo sobre una cuestión que es capital para cualquier historiador: «No es únicamente que los intelectuales estén incorporando estos lenguajes inclusivos o las perspectivas políticas correctas que se están imponiendo, sino que las editoriales las asumen porque quieren vender y llegar a la sociedad. Las editoriales son empresas privadas, tienen intereses mayores que los individuos. Ellos marcan qué colección de Historia van a hacer, qué temas quieren tratar, y la realidad es que tienen todo el derecho a rechazar lo que les propongas si no les interesa. No es solo la situación individual de los especialistas –añade–, sino que estas empresas tienen razones y responden a la sociedad y pueden llegar a adoptar dichos eufemismos, temas y lenguajes limitadores de la libertad de expresión. Pero esto, cuidado, no solo afecta a la Historia, también a la Prensa».
Santiago Posteguillo: «Lo corrección política afecta a todo»
Posteguillo, uno de los autores más demandados de la Feria del Libro de Madrid, con miles de seguidores por sus trilogías sobre Escipión y Trajano, escribe desde una doble coyuntura: ser fiel a los hechos y, a la vez, mantener el pulso de la ficción. «Lo políticamente correcto está afectando a la narración de todo», comenta sin titubear. «Cuando te metes en disciplinas académicas que se fundamentan en el dato, hay que tener en cuenta que el dato puede ser interpretable o analizable, pero no es correcto o incorrecto. Es el dato», añade. Para él está claro que «no podemos explicar lo que pasó desde la presión de lo políticamente correcto. Esto, llevado al extremo, es dictatorial». El novelista, autor de «Yo, Julia» o «La legión perdida», comenta que «el humor es políticamente incorrecto, pero nos viene bien reírnos. Si no quebrantamos lo políticamente correcto con el humor nos estamos encadenando a una forma inequívoca de ver la vida». Santiago Posteguillo, no obstante, puntualiza: «Esto no quiere decir que se hable, escriba y se comunique hiriendo a grupos o conjuntos de personas. Hay que respetar, medir las palabras, ver en qué contexto te expresas y no herir a nadie de manera innecesaria. Pero un escritor, y un historiador mucho menos, no puede atarse a lo políticamente correcto». Y acude a un ejemplo sencillo: «¿Los epidemiólogos qué deben decirnos, lo que es políticamente correcto o lo que es mejor para superar la pandemia? Todos dirán que lo mejor para dejar atrás la Covid, ¿no? Pues esto es extrapolable a lo demás».// La Razón
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