Hoy día, como ciencia, la sociología está en una encrucijada.
Primero, porque sus métodos de investigación han demostrado ser muy débiles y,
por lo tanto, esta deficiencia da lugar a diferentes especulaciones sin
fundamento, antes que a conocimientos sustentados en evidencias. En segundo
lugar, la falta de solidez científica deja inerme a este tipo de saber como
aspiración legítima para influir en la transformación de las instituciones y
organizaciones.
La sociología es incapaz de pronosticar fenómenos sociales o
establecer previsiones con la finalidad de corregir algunas distorsiones que
siguen siendo una amenaza, como la persistencia de la pobreza, la desigualdad y
los impactos sociales imprevisibles relacionados con las catástrofes
ecológicas.
Asimismo, las universidades no logran contrarrestar estas
debilidades, sobre todo en América Latina, donde pervive una orientación más
ideológica vinculada con supuestos políticos, antes que con otro tipo de
concepciones académicas preocupadas por la calidad de los conocimientos.
No existe una renovación de las estructuras curriculares de la
sociología y tampoco de la formación en ciencias sociales. Un dato muy claro es
la instrucción por áreas teóricas que hacen énfasis en aparentes
especializaciones y el estudio de fuentes tradicionales de sociólogos clásicos,
en lugar de diseñar un ámbito de estudio multidisciplinario y
transdisciplinario.

Esto es sencillamente una fantasía porque los sociólogos
transformadores no pueden ser considerados como una identidad profesional que
ofrezca resultados concretos. La tendencia a la producción de conocimientos por
medio de la investigación no quiere decir que de golpe exista un impacto de
cambio social y, mucho menos, el predominio obligatorio de una ciencia social
militante y revolucionaria.
A lo largo de la década de los años 90, como producto de la
caída del Muro de Berlín y el desprestigio del marxismo, la sociología, en casi
todo el mundo, atravesó por un periodo de gran incertidumbre sobre sus
posibilidades reales para aportar a la cultura, porque no se puede considerar
automáticamente el hecho de transformar la realidad social, política, económica
y psicológica a partir de formulaciones estrictamente universales e ideológicas,
ni tampoco fortalecer las capacidades prácticas de los sociólogos exclusivamente
con posiciones teóricas que sólo tienen relevancia dentro de las aulas
universitarias donde todo vale.
Esto hace que el perfil profesional del sociólogo investigador
y transformador se quede siempre a medio camino, dentro de un mercado laboral
caracterizado por la flexibilización y el surgimiento de los consultores
profesionales más versátiles, donde otro tipo de profesionales de áreas
tecnológicas, y con conocimientos menos utópicos, se disputan los espacios de
trabajo, desempeñando, en muchas ocasiones, las funciones de un sociólogo en una
forma más eficiente, por el solo hecho de ser menos políticos y más orientados
hacia la solución concreta de problemas específicos por medio de planteamientos
imaginativos.
Este problema se mantiene en la actualidad y es por eso que
deben establecerse claramente cuáles son las principales ventajas comparativas
de los sociólogos, lejos de las pretenciosas ofertas de utopías liberadoras.
A lo máximo a que puede aspirar el sociólogo del siglo XXI es
a la humildad, donde sus habilidades, tanto para la investigación como para la
conquista de un sitial de liderazgo, residen en el impulso de sus capacidades
críticas, si se entiende a la sociología como aquella ciencia joven que es capaz
de proveer un conocimiento relativamente comprehensivo de la realidad social. La
complejidad del presente exige que deban abandonarse las ilusiones de combinar
la educación teórico-metodológica con la posibilidad de influir en las
estructuras sociales.
El cambio tecnológico acelerado y la clausura de viejos
supuestos, donde predomina la violencia para causar un shock revolucionario,
demuestran que las ciencias sociales están incapacitadas para reestructurar la
sociedad porque, simplemente, existen otras ciencias y conocimientos más
sólidos, como la física cuántica, el bioambientalismo o la bioecología, cuyos
supuestos son más creativos, multidisciplinarios y falibles, los cuales se
burlan de una sociología utópico-política que no pudo ni siquiera prever la
desaparición de la Unión Soviética o la llegada de nuevas formas de genocidio,
como los etnonacionalismos y los fundamentalismos religiosos.
Franco Gamboa Rocabado es sociólogo// Página Siete
___
Sociólogo, ¿político, científico o tecnócrata del desarrollo?
El 12 de marzo, Página Siete publicó un artículo de Franco
Gamboa titulado: "¿Qué papel cumple un sociólogo?”. Esta pregunta y algunos
asertos en el artículo merecen una profunda reflexión, pues no hay duda que el
futuro de las disciplinas de las ciencias sociales y humanísticas es crítico,
con mayor intensidad desde el inicio de la actual década.
Cada vez es más complicada la obtención de recursos para
mantener abiertas estas carreras debido a los exiguos presupuestos y la baja
demanda académica; no tanto al cuestionamiento de los aportes de la sociología
al conocimiento científico, ni a la falta de confiabilidad de los métodos de
investigación que emplea.
Es la viabilidad económica -o inviabilidad- la que ha originado
la suspensión de la admisión este año en la carrera de Sociología de la privada
Universidad de Viña del Mar de Chile, hecho que marca su virtual cierre. Así
como también ha sido el motivo principal para la fusión de distintos doctorados
en Ciencias Sociales en uno solo, en algunas universidades europeas, a fin de
abaratar costos administrativos.
En Bolivia existen seis carreras de Sociología, sólo una es
privada -en la Universidad de la Cordillera-, las demás pertenecen a
universidades públicas y lidian permanentemente con presupuestos limitados. En
ninguna de estas carreras se privilegia la formación del sociólogo dedicado a la
militancia partidaria o al activismo en organizaciones sociales, esto no tiene
sustento empírico.
Vale recordar que las currículas con materias de contenidos
marxistas fueron defenestradas en Bolivia y el mundo entre el segundo lustro de
la década de 1980 y el primero de la década de 1990.
Zizek, en El espinoso sujeto (2001) parangona la crisis del
marxismo con la metáfora de los obreros haciendo streep tease en la película
Full monty.
Sí existen sociólogos militantes y activistas, marxistas,
anarquistas o indianistas, pero cada vez son menos. La supervivencia del debate
político y la militancia no se debe a la formación sociológica oficial, sino a
los currículos ocultos, mismos que trasuntan toda propuesta oficial de
contenidos curriculares y suelen fluir fuera de las aulas, en los pasillos, como
parte de la vida extracurricular universitaria, así como evidencian la búsqueda
de algunos jóvenes estudiantes por tener una identidad política.
Hoy en día, el militante o activista es una especie en
extinción cada vez más atenuada por un acendrado hedonismo, tanto en jóvenes de
élites económicas, como describe Vargas Llosa en su artículo Wittgenstein en
Máncora (2003), así como en jóvenes de extracción popular atados al narcisismo
subyacente del regaetton y el perreo, como esboza Ubilluz en su Nuevos súbditos
(2006), extrapolable al repentino entusiasmo juvenil, en La Paz y El Alto, por
la llamada cumbia sureña.
La identidad de la sociología ha estado tradicionalmente
asociada con la investigación social, más allá de las fidelidades políticas de
algunos sociólogos. Por ello, lo inédito, en las actuales estructuras
curriculares de sociología de Bolivia, es el viraje hacia la formación en la
gestión de proyectos y la elaboración de diagnósticos socioeconómicos, pues cada
vez hay más materias de esta índole, tal como reclama Gamboa.
De esta manera, lo que hoy se impone ya no es ni el político
ni el científico -para parafrasear a Weber- sino la figura del sociólogo como
tecnócrata del desarrollo que disputa plazas laborales a los profesionales de
Trabajo Social y que ha cambiado la reflexión de la realidad social por las
matrices del enfoque del marco lógico.
Víctor Hugo Perales Miranda es sociólogo// Página
Siete
___
Rector de la Universidad Viña del Mar y cierre de Sociología: Es una “decisión natural”
Como una “decisión natural” ante la disminución del interés de
los jóvenes de estudiarSociología fue calificada por
Juan Pablo Prieto, rector de la Universidad Viña del Mar, la
determinación tomada por la casa de estudio de suspender la matrícula para la
carrera este 2016.
“La universidad ha hecho un trabajo muy acucioso para asegurar
que todos los estudiantes matriculados puedan terminar su carrera, tal como
estaba previsto inicialmente”, señaló el rector tras ser consultado por la
situación que atraviesa la carrera de Sociología, considerando los 27
estudiantes que iniciaron su semestre el pasado 29 de febrero y los más de 40
egresados no titulados que -se espera- levanten su proyecto de tesis.
En cuanto a la acusación realizada por los ex docentes de la
UVM, la autoridad aseguró que las modificaciones realizadas en materia de
jefatura respondieron a una “redefinición” de la carrera. Junto
con ello apuntó a que la casa de estudios contactó a la totalidad de profesores
tras conocer la noticia de cierre de admisión, esto con el objetivo de
consultarles si es que seguían trabajando en la universidad.
Prieto declaró que esta situación se repite en la Universidad
de Viña del Mar, que luego de haber ofrecido carreras técnicas, realizó algunas
modificaciones conforme a los mismos factores, aplicando esta suspensión en
carreras como Publicidad.
Actualmente, el cierre de Sociología se da en un contexto en
que más de 20 carreras del sistema único de admisión han suspendido sus
matrículas, señaló la autoridad.
“Este tipo de determinaciones son tomadas por las universidades
para mantener su oferta vigente y pertinente al interés de los jóvenes”, señaló
Prieto, quien además aseguró que una vez que se pierde pertinencia es cuando el
proyecto se ve seriamente afectado.// Bio Bio Chile
_
0 Comentarios
Gracias por tu visita