Una imagen es capaz de transportar a otros lugares de la memoria; materia, espacio, tiempo y experiencia son constantes en la narrativa que construye nuestro entorno y la realidad de cada uno. Si bien la cuestión de la vivencia del espacio depende de las características del entorno y de cómo éstas inciden en nuestros sentidos, hay una complejidad mayor que supone la percepción individual del espacio y de cómo lo vive cada persona. La percepción es un universo complejo y esta complejidad nos lleva a interiorizar el entorno: la relación emocional con lo construido. El arraigo emocional con el espacio tiene distintos orígenes y puede ser analizado desde distintos focos, como por ejemplo, desde el lenguaje, lo social, lo cultural, lo político e incluso desde lo espiritual.
El espacio: de lo emocional a lo personal
Cuando Heidegger se mudó a su cabaña en la selva alemana de Todtnauberg en 1922 no le faltaba un lugar donde vivir. Él, a veces solo, otras veces con su familia, alternaba estancia entre su casa en Rötebuckweg y las destinaciones que le eran asignadas por su trabajo en la universidad. Pero la cabaña tuvo otro papel, para el filósofo representó el lugar del retiro y la austera soledad elegida, el espacio donde encontrarse, «el reclamo de intimidad emocional e intelectual con el edificio»1. En la cabaña produjo buena parte de sus obras con una espacial relación que él encontraba inherente con el edificio, con el paisaje, con las montañas.
Virginia Woolf habló por primera vez de una habitación propia en 1929 como parte de un discurso en el que este espacio permitía enriquecer la propia intimidad, lo que al mismo tiempo refería un reclamo justo hacia la conquista de la independencia femenina. La cuestión que planteaba en esa época supuso la pretensión de un espacio propio, un desafío a los convencionalismos del momento. Su argumento fue un contraste y puso sobre la mesa que más allá del poder de la mujer sobre el espacio doméstico estaba el poder de la mujer para elegir su propio espacio.
Lo que de alguna forma querían expresar Woolf y Heidegger era el derecho a un espacio propio, íntimo; la necesidad de un territorio que, por pequeño que sea, solo puede ser gobernado por el yo de cada persona. Aunque el espacio construido se hace presente en lo físico, material y visual, existe además una construcción psíquica y emocional del entorno. De hecho, para Heidegger la experiencia tenía el poder de la construcción en relación con el habitar y el sentido del lugar: «No habitamos porque hemos construido, sino que construimos y hemos construido en la medida en que habitamos, es decir en cuanto que somos los que habitan»2. Habitar es una forma de experimentar el espacio, el tiempo, de crear memorias, relaciones y arraigos desde la complejidad de cada uno, desde la universalidad de todos como sociedad.// Arquia
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