Imagine usted que en estos últimos meses, con la pandemia en pleno apogeo, hubiéramos estado en un mundo sin informática. Un mundo sin posibilidad de teletrabajo, sin escuelas en línea o sin apps para seguir la evolución de la pandemia. Una idea perturbadora, ¿verdad?
Sin llegar a una situación de emergencia, recuerde usted la normalidad de antes de la pandemia (o esa normalidad a la que queremos volver) y piense cuántas cosas cotidianas dependen de la informática.
Desde el móvil que le despierta y donde consulta la previsión del tiempo (realizada a base de datos procesados por ordenadores) y donde lee las noticias en la edición digital de un periódico, pasando por empezar su trabajo en su casa (si teletrabaja gracias a tener un ordenador conectado a internet), o si se desplaza al trabajo en transporte público (consultado en una app la hora de llegada de su autobús o si hay bicicletas públicas disponibles) o en un coche privado, con centenares de chips que controlan la seguridad y consultando el camino más despejado en su GPS.
Seguro que finalizaría el día en el momento de ir a dormir, después de haber visto un capítulo de su serie favorita (recomendada por un sistema inteligente) usando televisión a la carta. La informática ya no es el futuro, hace tiempo que es el presente.
Hacen falta profesionales
Europa es consciente de que uno de los ejes de la recuperación económica tras la pandemia pasa por la inversión en estrategia digital. En el continente hacen falta más especialistas en informática (básicamente, ingenieros e ingenieras).
Por ejemplo, en 2017 el 53 % de las empresas europeas que quisieron contratar profesionales en informática reportaron que estos puestos eran muy difíciles de cubrir. Pero un número que preocupa más es que, en 2020, el 42 % de la población europea no disponía de las capacidades digitales básicas, lo que se ha demostrado en esta pandemia que hemos sufrido.
España es un país con bajo nivel de digitalización. El gobierno prevé invertir 70.000 millones de euros en la Agenda que llevará el nombre de España Digital 2025 para impulsar el proceso de transformación digital del país, de forma alineada con la estrategia digital de la Unión Europea.
Uno de los ejes en los que se debería actuar es en la educación de la población, ya que el siglo XXI está viendo nacer un nuevo fenómeno: el analfabetismo digital. Saber desempeñarse en un entorno informatizado es hoy tan importante como saber leer y escribir. Y este nuevo analfabetismo debe combatirse desde la escuela.
Competencia digital y competencia informática
Para conocer el papel de la formación, primero se deben clarificar algunos conceptos, algunas veces confundidos y mezclados.
Por un lado, necesitamos tener unos conocimientos básicos como saber manejarnos con un lector de correo electrónico, una hoja de cálculo o un editor de textos, entre otros. Estos conocimientos suelen denominarse “competencia digital” (Digital Literacy ) y son básicos en el siglo XXI, pero no suficientes para una sociedad competitiva como la actual, especialmente para ciertas profesiones.
Cada profesión resuelve un tipo de problema y la mayoría de los problemas admiten muchas maneras de ser solucionados, pero no todas las soluciones pueden ser implementadas en un computador.
El pensamiento computacional
Aquí surge el concepto de pensamiento computacional, con dos visiones complementarias desarrolladas por Jeannette Wing y Peter J. Denning. Según Wing, el pensamiento computacional es una manera de pensar procesos y soluciones de problemas orientadas a que se puedan resolver con ayuda de computadores.
Con los mismos principios, Denning hace más énfasis en el conocimiento de informática (programación, hardware, redes, bases de datos…) necesario para desarrollar estas ideas. A esta doble visión (manera de pensar y conocimiento de las bases de la informática) se le suele denominar “competencia informática”.
Cualquier profesional del futuro debe dominar tanto la competencia digital como la informática. No nos engañemos: una parte importante de la tecnología emergente (Inteligencia Artificial, Internet de las Cosas, Big Data, robótica, entre otras) es informática, pero está orientada a solucionar problemas reales.
No se diseña un sistema de tratamiento masivo de datos solo por el placer de tenerlo, sino para que sirva para solucionar problemas, como la evolución de la pandemia de la COVID-19. Y para ello hacen falta ingenieros e ingenieras en informática, pero también profesionales en virología, farmacia, matemáticas y estadística (y seguro que nos dejamos muchos), trabajando en equipos multidisciplinares.
Estas personas expertas deben dominar la competencia informática para imaginar nuevas maneras de hacer cosas, porque no se trata de hacer lo que hacemos siempre pero con un ordenador (eso sería “digitalización”), sino de repensar lo que hacemos para aprovechar lo que la informática puede aportar, en lo que se denomina transformación digital.
Para ser innovadores y creativos imaginando una solución novedosa que requiera informática los equipos deben estar formados por profesionales en sus campos que sepan qué puede aportar la informática. Luego ya los profesionales de la ingeniería informática se encargarán del desarrollo de productos robustos, fiables y óptimos.
¿Está la escuela española preparada para este reto?
En una palabra: no. En muchas ocasiones, simplemente se alcanza la competencia digital. Saber usar un procesador de textos no nos convierte en personas preparadas para el mundo actual.
No se logrará una nueva generación preparada para la transformación digital hasta que todo profesional domine la competencia informática. Para ello, se necesita incorporar al currículum asignaturas independientes de informática y de carácter obligatorio, tanto en educación primaria como secundaria.
Algunos países como Reino Unido ya lo han incorporado a su currículum y diversos países europeos están trabajando en ello.
La necesidad de una asignatura específica
¿Son realmente necesarias asignaturas propias de informática? ¿No es un conocimiento transversal? Por hacer un símil, no tener asignaturas separadas sería como querer que los estudiantes supieran leer y escribir (unos conocimientos transversales) sin asignaturas obligatorias de Lengua y Literatura: sin duda se aprenderían los rudimentos, pero no las bases de la lengua y lo que puede aportar. Dejaríamos de ser analfabetos para pasar a ser semianalfabetos.
Ya ha habido propuestas orientando sobre cómo podrían diseñarse estas asignaturas. El problema principal es que requerirá tiempo y recursos, por lo que hay que empezar a trabajar ya en responder a dos preguntas: ¿de dónde sacamos espacio en el currículum para estas asignaturas? y ¿quién las impartirá?
El espacio en el currículum debería salir de un proyecto más ambicioso: la racionalización del mismo. La complejidad del mundo actual requiere adquirir cada vez más competencias, pero es difícil incrementar el tiempo dedicado al aprendizaje en la educación obligatoria.
¿Qué es necesario aprender hoy?
No nos podemos limitar a añadir cada vez más cosas en el currículum, sino que hay que racionalizarlo con una pregunta en mente: ¿realmente es adecuado lo que se aprende para la ciudadanía del siglo XXI? Al fin y al cabo, se han eliminado conocimientos a lo largo de los años (como la famosa lista de los Reyes Godos).
Así, por ejemplo, no se trata de eliminar Filosofía para dejar sitio a Informática, o quitar las horas de Informática a la asignatura de Matemáticas (en ambos casos sería un craso error). La racionalización requiere un debate calmado y profundo, pero inaplazable.
Es el profesorado actual (y futuro) quien debería impartir esta asignatura, pero para ello requerirá formación, material de apoyo y, sobre todo, reconocimiento.
No debemos posponer este cambio hasta que sea demasiado tarde. Si algo deberíamos haber aprendido de esta pandemia es la necesidad de invertir en temas básicos como sanidad, investigación y educación (y nos permitimos añadir que también en transformación digital).
Empecemos a pensar en lo que se necesita a nivel educativo para promover esta transformación ya que no podemos permitirnos perder este tren. Y si alguien piensa que esto necesita de muchos recursos, que recuerde el viejo adagio: “Si piensa que la educación es cara, pruebe con la ignorancia”// The Conversation
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