Los tiempos cambian, los estudiantes también, y al modelo educativo le cuesta seguir el ritmo acelerado de estos cambios. La transición desde un modelo tradicional de acumulación de conocimientos hacia un modelo de competencias y, ahora, hacia un modelo de resultados, demanda visión de futuro.
Es preciso aprovechar de manera eficiente del esfuerzo de los estudiantes que, a menudo dispersos en el aula y sobreestimulados por las redes sociales y la inmediatez de la información, pierden la atención e interés por las clases con formato tradicional. La figura del maestro inspirador y guía de aprendizaje se ve ahora potenciada con las nuevas herramientas digitales.
Planteada como inversión cuantiosa en recursos y tiempo, la educación es una palanca de progreso social y de calidad de vida y, por ello, esencial para el devenir de la humanidad. Requiere recursos materiales y temporales: comprende una extensa parte del ciclo vital, una media de 19 años que representan el 23% de la actual esperanza de vida en España (83,06 años).
Un año de estudio por cada dos de vida laboral
Casi una cuarta parte de la vida de los profesionales con estudios universitarios se consagra a la preparación previa a la entrada en el mundo laboral. En él, desempeñarán su actividad durante una media de 34,8 años (según FUNCAS con datos de Eurostat). Esto supone una inversión de un año de estudio por cada 1,83 años de vida laboral.
Introducir este punto de vista economicista conduce a un planteamiento exigente sobre el verdadero valor que aportan las acciones formativas: como en todo proceso de inversión, convendría acertar sobre qué se debe aprender, cómo y cuándo corresponde cada materia y, también, cómo deben evolucionar los contenidos, las herramientas pedagógicas y las metodologías de aprendizaje; todo ello con la finalidad de que el proceso sea “rentable”.
Por ello, el sistema educativo, como un avezado inversor, debería tomar decisiones que intenten crear el máximo valor posible para el estudiante, actuando con rapidez a la hora de incorporar contenidos que el mundo actual y venidero precisan, sin abandonar lo esencial.
Contenidos obsoletos y métodos de evaluación
Hace mucho tiempo que la población no precisa aprender a encender un fuego con madera y pedernal, ni a distinguir las plantas silvestres comestibles o a confeccionar su propia ropa. También el aprendizaje de idiomas resulta mucho más útil que memorizar el listado de los reyes visigodos.
Es importante plantear cómo deberían evaluarse los conocimientos y competencias en la época actual. Lo netamente memorístico sigue siendo el modelo preponderante para el acceso a las plazas de funcionario de las administraciones públicas. Incluso en otras actividades, como la licencia para conducir, se exige recordar cuestiones “tan importantes” para el aspirante a conductor como el peso máximo autorizado del remolque que podría arrastrar un vehículo.
La evaluación se ha convertido, tristemente, en el centro del modelo educativo. Un examen clásico es una evaluación artificial, parcial y aleatoria en el que es más fácil medir los conocimientos que las competencias, por lo que los nuevos sistemas de evaluación mediante retos y otras metodologías de trabajo se acercan más a lo que demanda la evolución del mundo.
Competencias, no memoria
La Ebau o Evau, antes llamada Selectividad, es otro ejemplo de evaluación masiva e intensiva de conocimientos con considerable carga memorística que muchos estudiantes parecen borrar de sus mentes al día siguiente.
Las empresas demandan competencias, pero el sistema educativo sigue actuando como quien se afana en introducir más cucharadas de “potito” a un bebé cuando este mantiene la boca cerrada, inundando del alimento su tierna cara y acabando en una servilleta: producto perdido y resultado ineficiente y agotador para ambas partes, hasta que no se encuentre el modo de que el infante colabore con interés en el proceso.
La vuelta del maestro orientador
Ante un universo inabarcable y creciente de conocimientos e información, en el que el profesor y sus libros han dejado de ser la fuente principal de sabiduría, el docente actual debe asumir el principal de los retos: volver a ser el maestro orientador que provoque la curiosidad de los estudiantes y su interés por aprender y por querer ir más allá en las materias que más le atraen.
Se puede innovar mucho en las temáticas y enfoques de los trabajos individuales y en grupo, guiar para que elijan opciones y las maduren, mostrar caminos y no dar recetas de mecánico seguimiento. Memorizar lo que de verdad importa. Aprender filosofía, literatura o historia, no sólo como un listado de autores, obras y fechas, sino sobre un contexto holístico que ayude a entender el porqué de sus creaciones o de los sucesos acaecidos, reforzando así el innegable valor de las humanidades en un mundo digitalizado y algorítmico.
La motivación, gran ausente
El sistema educativo parece no dar con la tecla para motivar a los estudiantes. Muchos de ellos se aburren tras horas encadenados a un pupitre y ante la sucesión imparable de pruebas de evaluación y entregas de trabajos.
Sufren la adición de nuevas propuestas innovadoras sobre las tradicionales, lo que resulta en un doble esfuerzo para docentes y alumnos.
El abandono escolar tiene un alto coste social y económico (presupuestos e inversiones que no son rentables). No se ha conseguido inculcar en ellos curiosidad y verdaderas ganas de aprender, a pesar de que la tasa de abandono temprano en España ha disminuido en los últimos 10 años, desde el 26,3 % al 13,3 % (el abandono temprano masculino es un 72 % superior al de las mujeres).
Demasiados tropezones, poco arroz
Actualmente opera un modelo educativo que puede visualizarse como una paella con muchos ingredientes y poco arroz que está comprimiendo, con poca intersección, los métodos de aprendizaje tradicional y moderno.
El primero, preponderantemente de base memorística, intensivo en lecciones magistrales, horas de clase y solitario estudio individual.
El segundo, basado en el trabajo en equipo, en la participación de los estudiantes, en la experimentación, el desarrollo de proyectos de emprendimiento, el interés por estimular capacidades e, incluso, la enseñanza de las llamadas habilidades blandas y tecnológicas; aunque, también, a veces, relativamente caótico por su multiactividad y acople con otras tareas.
Fuerzas antagónicas
El resultado es una suerte de estudiante atrapado entre dos fuerzas antagónicas, comprimido por la dificultad de integrar en una jornada diaria ambos modelos, como si ambos no pudieran conciliarse.
Es importante transmitir a todos los actores del sector educativo la necesidad de obrar un cambio constructivo y con proyección de futuro, indudablemente necesario para una estrategia educativa de país que sea esperanzadora y viable en todos los sentidos.// The Conversation
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