Un encuentro, así sea superficial, con la sociología, ciencia de la edad moderna por antonomasia, ayuda a comprender varios de los fenómenos que caracterizan a la sociedad en la que estamos sumergidos. Esa aproximación es más pertinente si se trata de ponernos en contacto, sobre todo, con el pensamiento social o las teorías sobre la sociedad o los hechos sociales.
Para el conspicuo sociólogo estadounidense Robert Nisbet, de la Universidad de California, son posibles tres enfoques para acercarnos a la formación del pensamiento social: primero examinar el pensamiento individual de los más destacados sociólogos, segundo comprender los “sistemas” o “ismos” desarrollados a lo largo del desarrollo de la sociología y, tercero, desmenuzar y analizar las ideas o elementos básicos de los sistemas. Decidido por este último enfoque, Nisbet señala que, a lo largo del período comprendido entre comienzos del siglo XIX y comienzos del siglo XX, o el lapso de surgimiento, expansión y consolidación de la sociología moderna, las siguientes ideas/elementos y sus recíprocas interrelaciones han guiado y aún condicionado la faena de los principales sociólogos: comunidad, autoridad, status, lo sagrado y alienación.
La comunidad –familiar, religiosa, cultural, laboral, local– es aquel sistema de “lazos sociales caracterizados por cohesión emocional, profundidad, continuidad y plenitud”. La autoridad es la “estructura u orden interno” de cualquier tipo de asociación que recibe su legitimación por estar fundada en “la función social, la tradición o la fidelidad a una causa”. El status se refiere al “puesto del individuo en la jerarquía de prestigio y líneas de influencia” propias de toda comunidad o asociación. Lo sagrado se refiere a las pautas de conducta “no racionales” basadas en la tradición, así como a las “formas de conducta religiosas y rituales”, valoradas no necesariamente por la utilidad que pudieran tener. La alienación se presenta como una “perspectiva histórica dentro de la cual el hombre aparece enajenado, anómico y desarraigado” cuando corta sus lazos con la comunidad y los propósitos morales.
Las cinco ideas/elementos de la sociología tomaron su forma acabada en la búsqueda de respuestas a los interrogantes e inquietudes que, después de la Revolución Industrial y de la Revolución Francesa, o en el transcurso del desarrollo del industrialismo y la revolución democrática, se plantearon para los estudiosos de la sociedad. Pero esto proceso intelectual, al decir de Nisbet, no se dio en un vacío ideológico. Más bien, por el contrario, pensadores como Tocqueville, Marx, Durkheim, Max Weber, fueron “arrastrados por las corrientes” de tres grandes ideologías: el liberalismo, el radicalismo y el conservadurismo. Surgidas, también a lo largo del fecundo siglo XIX, bien explican aún en nuestros días las orientaciones básicas de múltiples fuerzas políticas.
El liberalismo se distingue por su “devoción por el individuo y, en especial, por sus derechos políticos, civiles y –cada vez más– sociales”. El rasgo distintivo del radicalismo es “el sentido de las posibilidades de redención que ofrece el poder político” y de ahí la necesidad de “su conquista, su purificación y su uso ilimitado” con miras a la “rehabilitación del hombre y las instituciones”. Por último, el conservadurismo –hijo no deseado de las dos revoluciones– defiende lo que estas atacaron y ataca lo que estas defendieron. El núcleo del pensamiento y la acción de los conservadores está constituido por la “tradición” y valores como “la comunidad, el parentesco, la jerarquía, la autoridad y la religión”.
Es por demás evidente la riqueza y fecundidad del pensamiento social moderno y contemporáneo. Sus hallazgo no solo satisfacen la curiosidad teórica de los estudiosos sino que también ayudan a que los hombres comunes lleguen a descubrir y comprender la sociedad en la que vivimos.// Los Tiempos
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