Un especulador se puede sorprender porque Wall Street haya entrado ya en un mercado bajista o porque las grandes tecnológicas se desplomen de media un 50% desde sus precios más altos del pasado año. Un inversor, no. Lo afirmo con la seguridad de un creyente en su religión, siguiendo al evangelista Benjamin Graham, cuando afirma que "un inversor juzga el valor de una compañía en función de lo que valen sus negocios, el especulador porque piensa que alguien va a pagar más por ella".
Bastaba con echar un vistazo a los multiplicadores de beneficios de muchos de los gigantes tecnológicos para darse cuenta que estábamos ante una efervescencia desmedida. La antítesis del principio de toda inversión que es comprar barato para vender caro. El espectáculo perfecto para los cínicos, que como decía el aguzado Oscar Wilde "saben el precio de todo y el valor de nada". En castellano tenemos nuestro refrán sobre los necios para decir lo mismo.
El índice más seguido de Wall Street, el S&P 500, arrancó el año en un multiplicador de beneficios de 20 veces, un 20% por encima de lo que lo ha hecho en las últimas décadas. La señal era evidente, cuanto más entusiasmo mostraban los inversores a largo plazo más seguro es que se iban a equivocar a corto plazo.
Benjamin Graham recomienda que por una compañía de crecimiento el inversor no pague más de un multiplicador de beneficios de 25 veces y que solo aproveche los castigos que puedan abaratar estos multiplicadores para entrar en negocios en los que el verdadero oro está reservado a los fundadores o a quienes estuvieron vinculados a esas firmas en sus albores. Los crecimientos exponenciales de los primeros años hay que descartarlos. Siguiendo la regla de Graham, una operación de inversión es aquella que garantiza un principal y promete una rentabilidad adecuada, no extraordinaria.
Otro ejemplo para juzgar que se estaban produciendo excesos bursátiles es que el comportamiento de las acciones en bolsa corría mucho más deprisa que el crecimiento del negocio de las compañías. Son indicadores muy sencillos de vigilar si uno se detiene a pensar, pero el negocio bursátil sigue siendo alentar que se cambien acciones entre muchos clientes como cromos para generar comisiones por simple especulación.
Hoy al cierre de la sesión de Wall Street ya no hay corredores que prorrumpan en vítores con el toque de la campana. ¿Por qué lo hacían antes indistintamente del tono que hubiese tenido la sesión alcista o bajista? Esencialmente, porque ellos eran siempre los ganadores. Al especular y no invertir, el ahorrador aumenta la posibilidad de perder, mientras siempre hay alguien que gana.// El Economista
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